Porque amenaza con transformar definitivamente, y quizás de forma irreversible, el paisaje y la vida misma. Ya verás cómo.
El proceso de extracción de litio consiste en hacer pozos en la superficie del salar y bombear la salmuera (el agua salada) que se encuentra debajo de la capa salina hacia el exterior, hacia unas piscinas de evaporación. Allí, la radiación solar evapora el líquido y concentra el litio, el cual al ponerse en contacto con otros tipos de sales (como el cloruro de potasio y el cloruro de magnesio) y algunos productos químicos forma carbonato de litio, nitrato de litio e hidróxido de litio. Este último, altamente corrosivo y peligroso para la vida acuática.
Hasta aquí pareciera que el proceso es inofensivo, ¿verdad? Pero la realidad es que, gracias a él, hoy el Salar de Uyuni ya no es el mismo. Los espejismos que enceguecían y sorprendían a los turistas han desaparecido. El atractivo oasis se ha transformado en un montón de lagunas artificiales rodeadas de obreros, camiones y residuos tóxicos.
Hoy sus más de 10.000 kilómetros cuadrados están en la mira de empresas mineras de China y Alemania, autorizadas por el gobierno nacional. Ellas buscan sacar grandes cantidades de litio y ponerlos a disposición de corporaciones tecnológicas para la fabricación de baterías para automóviles y de teléfonos inteligentes, principalmente, a fin de mantener la productividad y competitividad de la industria, sin importar los efectos ambientales que esto implica. No hablamos sino del extractivismo de siempre pero ahora con un relato teñido de “verde”, una práctica muy común por estos días.