Sus partículas llevan virus, bacterias, esporas de hongos, polen, alérgenos, metales pesados (como hierro y mercurio) y compuestos volátiles orgánicos que recoge durante su recorrido por zonas afectadas por la desertificación. Estas partículas se alojan en los pulmones y mucosas del tracto respiratorio de las personas y causan irritación e inflamación, creando dificultades para respirar e incluso, dolor torácico, sobre todo en personas con enfermedades respiratorias crónicas, como asma, enfisema pulmonar y bronquitis. También pueden provocar picor o ardor en los ojos, o conjuntivitis.
Por ello, cuando las oleadas de polvo se hacen presentes lo aconsejable es tomar mucho líquido, usar mascarillas para cubrir boca y nariz si se debe salir a la calle, y gafas para proteger los ojos, y al estar en casa, mantener las ventanas cerradas. Además, cubrir los recipientes o estanques donde se almacena agua para evitar que esta se contamine.