Para mantener el riego de las plantaciones, se suele alterar el curso natural de las fuentes de agua e instalar presas, lo que hace que en la estación seca el vital líquido escasee en algunas zonas, y que en tiempos de lluvia, las inundaciones sean más frecuentes y más fuertes.
Además, el agua ha cambiado. Los lagos y ríos ya no son ni tan claros ni tan limpios como lo fueron alguna vez. Ahora el agua es oscura y turbia gracias al flujo constante de sustancias químicas empleadas en el mantenimiento de las plantaciones.
Ante esa situación, los peces huyen o mueren. Sus poblaciones disminuyen de forma dramática, y especies valiosas de la fauna marina quedan sin alimento, lo que afecta la cadena alimenticia de principio a fin.
Todo esto, por supuesto, amenaza el bienestar y la cultura de las poblaciones indígenas y comunidades locales. La forma de vida de quienes habitan en las zonas donde hoy hay plantaciones ha cambiado. El acceso al agua potable es cada vez más difícil, tanto o más que la caza y la pesca como medio sustento.
Cuestiones que generan conflictos vinculados con tierras entre pobladores. Según Konsorsium Pembaruan Agraria (Consorcio por la Reforma Agraria), una organización no gubernamental indonesia, en 2018 se registraron cerca de 410 conflictos que afectaron a 87.568 hogares. Y que por supuesto, son causa y consecuencia del hambre, la pobreza y la pérdida de identidad.