Basta con mirar cómo la deuda externa ha puesto a los campesinos en una encrucijada por la compra de todos los productos agrícolas por parte de las multinacionales. Investigaciones de Vandana Shiva, activista y filósofa de origen indio, dan cuenta de que los campesinos de su país para solventar las deudas que imponen estos grupos poderosos, han tenido que vender sus riñones, o incluso se han suicidado. Ella se refiere a esto como la economía de la muerte, un sistema en el que, a causa de las relaciones de monopolio de la tierra y los acuerdos logrados con políticos corruptos, millones de campesinos han perdido sus tierras y otros tantos se han visto inmersos en una lógica depredadora, esa que todo lo consume y todo lo convierte en negocio, incluso lo más vital de la vida: el agua, el suelo y los alimentos.
También hay que pensar en la superproducción a la que los países subdesarrollados se ven obligados para satisfacer la pujante demanda externa de materias primas. Esto conduce directamente a la pérdida total o parcial de los bosques para el sembradío de monocultivos, lo que significa también la pérdida de grandes e importantes sumideros de carbono; consumo excesivo de combustible, contaminación de los cursos de agua, pérdida de especies animales. Además, supone bajos costes laborales, desplazamientos del mercado interno de los países subdesarrollados, afectación de las ventas de las pequeñas y medianas empresas nacionales, favorecen el desempleo, la pérdida del poder adquisitivo. Y tantos otros daños sociales y ambientales.
Ni qué decir de la cantidad de personas que han sido amenazadas, agredidas e incluso, asesinadas para despojarles de tierras o pozos, o para callar sus reclamos exigiendo respeto a sus derechos, espacios y recursos.