Por un lado, el cambio climático, al provocar aumentos en la temperatura del planeta, afecta a los bosques pues estos se someten a la modificación de las pautas fluviales y a la presencia, cada vez más frecuente e intensa, de fenómenos climáticos extremos.
Por otro, los bosques, que en principio atrapan y almacenan en sus troncos y hojas grandes cantidades de dióxido de carbono, al ser destruidos, lo liberan de nuevo a la atmósfera causando un efecto negativo.
Se estima que por cada bosque deforestado, se liberan alrededor de 300 mil millones de toneladas de CO2 y que esto equivale a unas 40 veces de emisiones anuales de este gas producido principalmente por la quema de combustibles fósiles.
La tala de árboles, no solo empobrece el suelo y lo deja desprotegido ante la erosión y la evaporación del agua, sino que también provoca graves desajustes en los niveles de CO2 en la atmósfera. Provoca el deterioro de la capa de ozono y empeora el aire que respiramos.