Regalar una mascota en navidad (o en cualquier época del año, a decir verdad) puede ser un acto de ternura para quien la ofrece, pero no siempre quien la recibe está en la disposición de cuidarla y mantenerla. En ocasiones, la persona puede no estar a gusto con la raza, el color u otras características del animal. Otras veces, puede que sea de su agrado pero no tiene las condiciones (físicas, materiales y/o afectivas) apropiadas para hacerse cargo de él. En cualquiera de estos casos, el destino del animal puede ser bastante cruel y complicado.
Algunas personas, las más consideradas, cuando no quieren “el regalo” terminan optando por regalar al animal de nuevo o llevarlo a un centro de adopción. Pero, las más descorazonadas puede que lo vendan o lo abandonen y en este caso, lo dejan extremadamente expuesto y vulnerable.
Los animales abandonados son sometidos al desprecio, la tristeza, la incertidumbre y el temor. Son condenados al hambre, la contracción de enfermedades e infinidad de atropellos. A la mayoría, les toca soportar la parte más cruel: la soledad, el maltrato… la muerte. Mientras que otros, muy pocos en realidad, corren con la suerte de toparse con un alma noble que los rescata y les brinda protección, bien sea en su casa o en un centro de acogida.