Cambiar las características naturales del vegetal del que se extrajo, desde luego, implica someter la celulosa a procesos químicos agresivos, en lo que se emplea, entre otras cosas, lejía para remojarla hasta que se disuelva. Es así como se convierte en un compuesto soluble que posteriormente se transforma en filamentos suaves y por último se regenera como celulosa casi pura.
Una vez obtenido el material, se pone a secar y se mezcla con solventes, como el disulfuro de carbono, hasta que se convierta en una miga amarilla. Por último, se le somete a un baño de ácido, un proceso de estiramiento y un lavado de limpieza. Así, la fibra queda brillante y sedosa, lista para el corte y el teñido, que por lo general es a base de pinturas y colorantes nada ecológicos.