En Tailandia, por ejemplo, hay casi 4.000 elefantes en cautiverio, 30% más que hace 30 años. Allí, según un estudio realizado por el periódico The Guardian, el 40% de las personas que llegan al país tienen entre sus planes ir a los famosos “santuarios”, (como prefieren llamarse los centros turísticos que ofrecen tal acercamiento al animal) para subirse a uno de estos grandes mamíferos, pasear en ellos, fotografiarse y presumir la “exótica” experiencia. Esto también es común en Camboya, India, Vietnam y Laos.
En Asia también son comunes los casos en los que a los paquidermos se les enseña a pintar, jugar o tocar música. Claramente con el único fin de sacarles gran provecho.
En el parque Mae Taen de Tailandia, por ejemplo, a algunos se les coloca un pincel en la trompa para que exhiban sus dones pictóricos. Se les induce a realizar trazos que luego son vendidos en 150 dólares a los encantados visitantes, que por cierto pueden llegar a ser unos 5.000 cada día. Y aquí el lado más oscuro de esta historia: en el proceso de preparación, los elefantes maltratados pasan horas encadenados, se les obliga a dormir sobre hormigón y a veces se les priva de alimentos.
Y las actividades circenses tampoco se quedan atrás cuando de negocio con animales se trata. Los transportan durante largas distancias, en pésimas condiciones, encadenados y sin descanso para luego levantar sus carpas y presentar espectáculos de dolor, tortura y muerte que sacan de los bolsillos de los espectadores significativas sumas de dinero.