Desde hace algunos años, la presencia de las bicicletas en las calles se ha fortalecido, sobre todo en las de Europa. En Holanda, Francia, Alemania muchas personas han adoptado la bicicleta como la forma más cotidiana para desplazarse, para ir de compras, a una reunión con amigos, a la universidad o el trabajo. La cultura de la bici se ha ido abriendo un paso más allá de lo recreativo o deportivo. Ha iniciado la fiebre de los pedales. Ya es común ver contenidos en Internet para quienes la viven, se habla con más frecuencia de rutas ecointeligentes, y cada vez más gobiernos entienden la bici como la mejor alternativa al aumento de los precios del combustible o su escasez y la creciente y dramática contaminación ambiental. La revolución de las dos ruedas parece indetenible.
Pero la tendencia ha cogido vuelo ahora que la emergencia de salud causada por el covid-19 obligara a muchos países a adoptar estrategias de movilidad para reducir la propagación del virus. Reino Unido, Canadá, Colombia y Nueva Zelanda, figuran entre las ciudades del mundo que entregan sus calles a caminantes y ciclistas. Algunos han creado ciclovías temporales y reasignado espacios destinados a los coches para las bicicletas; pero lo ideal es que estos planes emergentes dejen de ser algo temporal y permanezcan activos aun cuando inicie la etapa de desconfinamiento y se supere la crisis sanitaria. Es una necesidad, una obligación si queremos hacer de nuestro entorno un lugar más humano, tranquilo, sano y habitable.