Son varias las terminaciones que pueden dárseles; contaminación acústica, contaminación sonora o contaminación auditiva, diferentes tipos de denominaciones pero un mismo significado: presencia de ruidos molestos y ensordecedores que ponen en riesgo la calidad de vida tanto de las personas como de los animales.
A pesar de que el sonido no se acumula, ni perdura en el tiempo como sí lo hacen otros tipos de contaminación, existen algunos sonidos que por su nivel están catalogados como contaminantes sonoros, puesto que causan secuelas a los seres que se exponen a estos tipos de ruidos.
El oído de las personas está diseñado para tolerar niveles limitados de ruido, lo mismo pasa con los oídos de los animales. Y sin bien, la dinámica actual expone a los seres vivos a altos decibelios de ruido, hay que ir poniendo límites.
El cuerpo acoge al ruido extremo como una agresión y cuando el oído de los seres vivos es expuesto a niveles considerables de ruido se producen daños permanentes, no solo a nivel físico, sino también, emocional y/o psicológico.
En octubre de 2018, la Organización Mundial de la Salud, luego de un intenso estudio, recomendó reducir los niveles a menos de 53 decibelios por el día y 45 por la noche para el tráfico rodado, pese a las recomendaciones, en Europa se da otra realidad.
Estudios revelan que actualmente, el 40 por ciento de los que hacen vida en el viejo continente se exponen a niveles de ruido diurnos por el tráfico que superan los 55 decibelios, mientras el 20 por ciento se exponen a más de 65 decibelios, cuando se habla de la noche, se tienen que más del 30 por ciento de la población está expuesta a niveles superiores de 55 decibelios, por lo que no es de extrañar que hayan 13 millones de personas sufriendo de alteraciones del sueño.