Los rinocerontes blancos del Sur, distribuidos históricamente al sur del río Zambeze, incluida Namibia, Botswana, Zimbabwe y Sudáfrica, parecen haber tenido mejor suerte. Aunque a finales del siglo XIX llegaron a estar muy cerca de la extinción debido a la destrucción de su hábitat y la persecución, una manada de menos de 100 ejemplares encontrada en Kwazulu-Natal, Sudáfrica no permitió el fin de su historia. Desde entonces, labores de conservación en áreas protegidas les ha permitido mantenerse en pie, con vida. Se estima que hay unos 20.000 ejemplares viviendo en libertad.
Pero los rinocerontes blancos del norte, endémicos de un estrecho cinturón de pastizales del oeste del río Nilo y el rift Albertino, parecen vivir la crónica de una muerte anunciada. Desde hace más de una década se advirtió que se avecinaba su extinción y lamentablemente, hay grandes posibilidades de que falte cada vez menos para ello.
En el 2008, esta subespecie fue declarada extinta en el medio salvaje. Los últimos ejemplares que vivían en libertad fueron erradicados de sus hábitats naturales (Uganda, Sudán y República Democrática del Congo). Los pocos que quedaron solo lograron sobrevivir en cautiverio.
Algunos fueron trasladados a zoológicos y reservas con la esperanza de que se reprodujeran y tuvieran descendencia. Fue el caso de Sudán, que vivió en el zoológico de Dvur Kralove, donde tuvo dos hembras, Nabire, que murió en 2015 a los 32 años, y Najin.
Sudán era el único macho de rinoceronte blanco del norte que había logrado vencer la amenaza de la extinción, hasta que en el 2018, a sus 45 años, murió sacrificado, en la reserva natural de Kenia Ol Pejeta, después de que se agravara una infección que sufría en su pata.