Viajar en avión se ha convertido en una de las opciones favoritas de los turistas en todo el mundo. La rapidez y la comodidad que ofrecen los pájaros mecánicos han atraído a miles de personas que quieren cruzar de un lado de la Tierra a otro.
Tan solo por citar un ejemplo, 80% de los turistas que viajan a España a conocer el templo de La Sagrada Familia en Barcelona o el Parque de la Naturaleza de Cabárceno en Cantabria, llega al país en avión.
Por su parte, la economía global también ha visto en ese par de alas un gran aliado al transportar por vía aérea 25% del volumen del comercio mundial.
Pero eso que parece una gran dicha para la humanidad puede ser sinónimo de destrucción.
Mientras la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA, por sus siglas en inglés) asegura que en los últimos 30 años se han reducido en 50% las emisiones de dióxido de carbono por pasajero transportado, la realidad muestra otro escenario.
El número de vuelos ha aumentado. En el 2018% creció 6,1% en la Unión Europea y los pronósticos mundiales se atreven a decir que para el 2037 habrá 8.200 millones de pasajeros aéreos.
Las cifras, en parte, se deben a la fragmentación del espacio aéreo que ha alargado las distancias de vuelo y elevado el número de proveedores y controladores de servicios de navegación aérea. En Europa, las rutas ahora son hasta 49 kilómetros más largas.