Ambos mosquitos han logrado adaptarse a las temperaturas antárticas que, gracias al cambio climático, han comenzado a ser más cálidas. Han demostrado estar bien preparados para establecerse, sobrevivir y prosperar en las condiciones extremas del continente helado, pero eso no significa que no sean un problema para la región.
Estos invasores causan daños irremediables a la biodiversidad, al condenar al desplazamiento o la extinción a aquellas especies endémicas de la Antártida. Además, datos recopilados por la British Antarctic Survey afirman que el “mosquito sin alas”, por ejemplo, está destruyendo el musgo muerto y convirtiéndolo en tierra más rápido que las especies nativas invertebradas.
Y es precisamente en esto que el grupo de investigadores hace énfasis. Asegura que es esencial estudiar la ecofisiología de estos mosquitos y a partir de allí “realizar modelos predictivos de su posible expansión geográfica con el fin de establecer medidas de cuarentena, así como predecir futuros procesos de invasión”.
Los expertos coinciden en que se necesita implementar sistemas de prevención ambiental para evitar que estos mosquitos se propaguen a otros puntos. Una tarea nada fácil pues su erradicación se ve dificultada gracias a su diminuto tamaño y un cambio climático que parece favorecerles. Así que estas especies prometen seguir reproduciéndose.