Cientos de bomberos y voluntarios de todo el mundo (Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda, etc.), la policía, el ejército y la marina están trabajando de manera conjunta para combatir los incendios. Desde el aire y con los pies bien puestos en la tierra tratan de evitar la propagación de las llamas y salvar vidas. Pero por más que ponen todo su empeño, las condiciones climáticas extremas hacen que el fuego sea inclemente, más difícil de controlar y amenace con quedarse y acentuarse.
Parece que el cambio climático le está pasando factura a un país que se posicionó en 2019 como el segundo mayor exportador de carbón del mundo. Australia ha aumentado significativamente, durante los últimos cuatro años, sus emisiones de CO2 y el gobierno, según dicen los datos, no está haciendo lo suficiente por revertir tal situación.
Es triste y lamentable lo que vive Australia. Esto nos debe llamar a la reflexión, pues lo que hoy sucede allá puede convertirse en una premonición de lo que puede pasar en cualquier otro país. De no atacar el problema de los gases de efecto invernadero y el aumento de la temperatura global, los episodios de sequía pueden llegar a ser cada vez más duros y generar las condiciones perfectas para la propagación del fuego, de la devastación, de la desolación… de la muerte.