El fluido residual generado por el proceso de fracturación hidráulica conlleva la liberación de compuestos químicos que contaminan la atmósfera, el agua y el suelo, que generan lluvia ácida y que aumentan los niveles de ozono a nivel del suelo.
Todo esto, al final de cuentas, aumenta los riesgos sanitarios de las personas que viven en las zonas cercanas a las explotaciones. Colocándoles en condiciones de extrema vulnerabilidad ante afecciones respiratorias (asma, bronquitis y enfisemas, entre otras), dolores de cabeza, hipersensibilidad a determinados químicos, aumento de la presión arterial, y en casos más complejos pudiendo terminar en ataques cardíacos, cáncer, daños cerebrales y desórdenes neurológicos, inmunológicos y alteraciones en el sistema reproductivo.