Desde el año 1964 y hasta inicio del año 1992, la multinacional de Estados Unidos, Texas Petroleum Company, Texaco por sus siglas, realizó explotaciones de hidrocarburos en toda la Amazonía ecuatoriana, donde en la actualidad se encuentran las provincias de Sucumbíos y Orellana.
Durante casi tres décadas, la empresa estadounidense extrajo unos 1.500 millones de barriles de crudo de Ecuador. Durante ese proceso de extracción, Texaco vertió residuos tóxicos y derramó petróleo en ríos y esteros de la zona, que destacan por ser la principal fuente de aprovisionamiento de agua de las comunidades que hacen vida ahí.
Las prácticas anti-técnicas de Texaco devinieron en la contaminación petrolífera de más de 2 millones de hectáreas y el consecuente daño ecológico irreparable de la selva amazónica.
Además de los millones de desechos tóxicos arrojados al suelo y a las aguas ecuatorianas, esta petrolera estadounidense, arrojó al aire, miles de millones de pies cúbicos de gas quemado.
Todo este nivel de contaminación y desastre afectó a por los menos 13 tipos de ecosistemas así como a unas 2.000 especies de fauna, pero desafortunadamente las consecuencias de estos pasivos ambientales no solo afectaron al medio ambiente sino también a las comunidades indígenas.
Para el año 2013, peritos internacionales atribuyeron la muerte de más de mil ciudadanos, todos afectados de cáncer sin contar los daños sufridos en su estructura cultural y de creencias por el desplazamiento forzado del que fueron víctimas.
Algunas organizaciones ecologistas han descrito la situación como el peor desastre petrolero del mundo, que afectó a más de 30.000 indígenas, que hoy día siguen padeciendo las consecuencias de las arbitrariedades de algunas petroleras.
Pese a las múltiples campañas que se han llevado a escala mundial para que esta petrolera haga una reparación a las víctimas, más ha podido el gran capital, y los tribunales se siguen pronunciando a favor de la compañía estadounidense diciendo una y otra vez que no le deben nada a Ecuador.