Dar y cuidar la vida es algo intrínseco. Es nato. Lo llevamos en nuestro ADN. En base a eso se configura nuestro organismo, nuestra sabiduría y nuestras energías. Parimos hijos, ideas y proyectos. Sembramos futuro, nutrimos ciclos. Somos aire, agua, tierra y fuego. Pureza, Frescura, libertad, huellas y pasión. Pasión por lo que hacemos y por lo que nos rodea. Muestras hay de sobra y los estudios lo confirman.
Hay informes que aseguran que la feminidad está estrechamente relacionada con el comportamiento ecológico, el bienestar y el desarrollo sostenible, con el mantenimiento de los ecosistemas, la diversidad biológica y la conservación de los recursos naturales.
Y es que la mujer, desde tiempos ancestrales, independientemente de su color de piel, de su idioma o su cultura, tiene una relación especial con la naturaleza, una interacción que consciente o no, la convierte en una activista medioambiental.
Sí, en una activista, porque serlo no es solo crear campañas e instituciones a favor de la conservación animal, como lo hizo Jane Goodall o lo hacen las Askashingas en Zimbabue.