Cuando de preservar el medio ambiente se trata, a veces las buenas intenciones no son suficientes. La pérdida de ecosistemas, la deforestación o el cambio climático, son consecuencias de un modelo de desarrollo no sostenible que nos empeñamos en conservar. Solo en el discurso, de cara a los medios, se habla en tono airado sobre un cambio de rumbo y de sistema.
No ir a la raíz de mal, al origen de este estado de catástrofe medioambiental, nos condena a seguir cavando la fosa del planeta y los recursos, necesarios para las nuevas generaciones de seres humanos.
Desde los gobiernos, junto a los ciudadanos, desde las academias y la ciencia, se deben trazar estrategias verdaderamente revolucionarias que subviertan el modelo actual y que logren edificar un modelo de desarrollo sostenible.
En esa necesidad imperiosa de cambiar, porque el planeta y los recursos lo piden a gritos, porque la vida corre peligro, se incurre en ciertas prácticas que lucen como ecológicas, eco sostenibles o ecofriendly, pero que se quedan solo en el rótulo y siguen comprometiendo la sostenibilidad de los recursos naturales.
Ese comportamiento lo refuerzan las empresas y las grandes corporaciones con sus prácticas de greenwashing, que buscan maximizar las ganancias esgrimiendo un discurso ecologista pero que es solo eso, un discurso donde el planeta es tan solo el pretexto para vender más o cotizar al alza en bolsa y en los mercados financieros.