Según la organización PETA, las aves son atadas de una pata a alguna jaula de alambre con pesas atadas a sus piernas y obligadas a “entrenamientos” con otras aves. Así transcurren los días de la mayoría de los gallos.
Les arrancan sus plumas y les mutilan sus crestas y barbillas para que el otro gallo no pueda tomarlo por esa zona durante los combates.
Las cretas y las barbillas de los gallos son especies de refrigerantes para estas aves, al perderlas pierden su capacidad de enfriarse. Los galleros también les cortan sus espolones, las protuberancias normales de sus piernas para adherirles armas para aumentar su letalidad.
Aunque las peleas de gallo tienen defensores, en la literatura se les exalta (personajes célebres como Jorge Luis Borges no ocultaron su amor por estos combates) y muchos afirman que son una expresión cultural, lo cierto es que esta actividad comporta una gran carga de maltrato y crueldad animal.
En muchos países del mundo están prohibidas las peleas de gallos pero se llevan a cabo en condiciones de clandestinidad. En otros, son permitidas y están arraigadas en la sociedad desde tiempos remotos, sobre todo en Latinoamérica, a donde fueron llevadas por los españoles en el periodo colonial.
En Tailandia las peleas de gallo son un negocio que mueve cifras millonarias. Un animal puede llegar a costar 150 mil euros y las apuestas duplican esa cifra. Aunque el país aprobó una ley contra el maltrato animal, se exceptuó a las peleas de gallo aduciendo que se trataba de una actividad deportiva.
Puerto Rico y República Dominicana son dos de los países donde el Estado interviene directamente en la regulación de esta forma de maltrato. En otras naciones, como Perú, el Estado no interviene de manera directa pero sí legisla en favor de mantener esta actividad, otorgándoles un cariz cultural bastante cuestionable.
Las peleas de gallo son una deleznable práctica y una forma de maltrato animal que aún no se erradica de manera definitiva. Al día de hoy, en muchos sitios se le considera a esta actividad una expresión cultural.
Sin embargo, es necesario divulgar las prácticas crueles y sanguinarias que se dan en las galleras, incluso con anuencia del Estado y que eso de cultura tiene muy poco, aunque se celebren desde hace siglos.