La Unesco declaró el cielo estrellado como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 2008. Observar la bóveda celeste con sus estrellas es un bien que ha permitido el desarrollo de culturas y pueblos y de su observación por parte de curiosos científicos se pudo avanzar en ciencias como la astronomía, la física, la matemática o la ingeniería.
La petición que se hiciera ante la Unesco se hizo en virtud del aumento exponencial que habían tenido los niveles de iluminación artificial, sobre todo en las grandes urbes desarrolladas. Este hecho está provocando que las generaciones presentes y futuras se estén privando de observar y disfrutar un cielo cuajado de estrellas.
El exceso de iluminación artificial es una de las formas de alteración del medio ambiente más comunes. La contaminación lumínica se define como un uso desproporcionado e inadecuado de fuentes artificiales de luz, que no solo impide que se pueda apreciar el cielo nocturno sino que incide en el gasto de energía, afecta a la economía, dificulta el tráfico por mar y aire y además tiene serias incidencias en la salud humana, en los seres vivos nocturnos y en los microorganismos.
A contracorriente de las recomendaciones para bajar los consumos de energía, esos flujos artificiales de luz con una intensidad, dirección y rango espectral inadecuado, han tenido un incremento significativo en los últimos años en cantidad y brillo. Un estudio del año 2017, recogido por la revista Science Advances advierte de este fenómeno.
Estiman los investigadores que este incremento en la iluminación, característica de los países con más desarrollo económico, es una suerte de efecto rebote por la migración hacia el uso de luces LED, que al ser menos contaminantes se usan en mayor número, y sitios que antes no estaban iluminados ya lo están.