La experiencia del año 2008, relacionada con el estímulo a la actividad industrial, hace pensar que la reapertura y la reactivación económica luego de la pandemia de Covid-19, tendrán efectos similares en los niveles de contaminación del medio ambiente.
El año 2020 estaba marcado en el calendario como un año decisivo en la toma de decisiones audaces por parte de los países, que pudieran frenar el avance del cambio climático. A tenor de los más recientes pronunciamientos de autoridades como el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, este año ya no será.
La Cumbre del Clima COP 26, que este año se celebraría en Glasgow, fue pospuesta por la ONU y por Reino Unido hasta el año 2021, por el avance del coronavirus. En este encuentro se tenía previsto el relanzamiento de la lucha contra el cambio climático y un compromiso mucho más profundo de los países asistentes para recortar las emisiones de GEI.
Otras cumbres, como la de la biodiversidad y la de los océanos, también han sido reprogramadas. En tal sentido, es fácil suponer que los acuerdos fundamentales en materia de crisis medio ambiental pasarán a ser letra muerta, al menos por lo queda de 2019.
Muchos lobbys financieros y petroleros están haciendo presión sobre los centros de gobierno para que se suspendan iniciativas climáticas ya tomadas en pro del ambiente. Las aerolíneas, por ejemplo, están presionando a las autoridades para que se suspendan por el momento la política de reducción de emisiones.
En Brasil ocurre otro tanto. Las autoridades federales en materia de medio ambiente han anunciado que se flexibilizarán las fiscalizaciones que incluyen proteger a la Amazonía de la deforestación.
Sin duda, no será el Covid-19 el que pueda frenar el cambio climático, incluso se podría afirmar que gracias al coronavirus el medio ambiente será uno de los más perjudicados una vez se reactive la actividad económica e industrial en las próximas semanas o meses.