Este pastoreo en movimiento es una labor de milenaria tradición en la que el ser humano, los animales y el ecosistema interactúan en perfecta armonía. En esta actividad confluyen varios factores que la convierten en un bien social, ecológico, económico y cultural de gran valor.
Aunque es una tarea con miles de años de tradición, la actividad trashumante todavía goza de fortaleza en diversos puntos del planeta. Es particularmente activa en África, donde la cultura bereber afincada en el Sahel y en el Magred la conservan con celo como una de sus actividades económicas y sociales más importantes.
En Asia los legendarios pueblos que hacen vida en la cordillera del Himalaya practican la trashumancia con el yak, un mamífero endémico de la zona, reconocido como un animal de gran rudeza, capaz de hacerle frente a depredadores fieros como el leopardo de las nieves.
A pesar de que el valor medioambiental, cultural e histórico de esta actividad está demostrado, su vigencia cada día es menos auspiciada. A nivel mundial, las políticas en materia de protección de los ecosistemas y de producción de alimentos son dictadas en detrimento de esta actividad que de ser abandonada y extinguirse se estaría privando al planeta de un servicio ecosistémico de valor incalculable.
En un momento clave de la lucha contra el cambio climático, la trashumancia representa una forma de aprovechamiento de los recursos de manera sostenible. Esta singular movilización de ganado garantiza un aprovechamiento racional del agua y del pasto que sirve de alimento a los rebaños. Adicionalmente los animales de la trashumancia son un vehículo de transporte y dispersión de semillas.
Inclusive la Organización de Naciones Unidas (ONU) ha exhortado en reiteradas oportunidades a la industria de alimentos para que se reduzca la ganadería intensiva, una de las actividades económicas que más gases de efecto invernadero produce.