Millones de seres humanos, la mayoría en las zonas más vulnerables del planeta, están siendo afectados por distintos virus que están asociados al cambio climático, a la pérdida de bosques y biodiversidad y al uso de envases de plásticos de forma indiscriminada.
Los patrones de consumo actuales prácticamente obligan a la población a usar envases, envoltorios y otros artículos desechables de plástico. La disposición final de estos productos muy pocas veces se gestiona de manera adecuada y la mayoría va a dar a vertederos improvisados, donde acumularán aguas estancadas y serán el medio ideal para la proliferación de los mosquitos causantes del dengue, zika y chikungunya.
A principios del año 2020, cuando en Asia se estaba empezando a sentir los embates del coronavirus, en las Américas se vivía un repunte muy alarmante en el número de casos de dengue. En Bolivia, expertos epidemiólogos afirmaban que se encontraban frente a la peor ola de dengue en la última década. Siete mil casos sospechosos, 1500 casos confirmados y 10 fallecidos.
Según cifras de la Organización Panamericana de la Salud, a lo largo del año 2019 el dengue se cobró la vida de 180 personas en un país tan pequeño como Honduras. 97 víctimas fatales en Colombia, 23 en Bolivia y en Paraguay 9 fallecimientos. Inclusive el propio presidente de Paraguay, Marito Abdo fue uno de los 7.000 infectados de su país.
Muchos especialistas insisten en cambiar el enfoque con el que se trata al dengue. Hasta ahora el virus del dengue ha sido abordado desde lo biológico cuando es necesario que se le enfrente desde lo ambiental y social.