El coronavirus Covid-19 es, en medios de comunicación y redes sociales, una tendencia que se sigue y se monitorea de manera intensa y sistemática. Basta con asomarse a cualquier portal informativo para observar que todas las notas, desde economía hasta deportes, están relacionadas de alguna manera con el virus supuestamente salido de Wuhan, China.
Ya las autoridades sanitarias, junto a científicos e investigadores de varios países, han anunciado que se está trabajando de manera acelerada en la elaboración de una vacuna contra el coronavirus. En China, epicentro de la pandemia, se diseñaron y se aplicaron protocolos de actuación y tratamientos terapéuticos que, hasta ahora, han dado resultados alentadores en el control de la epidemia.
Ante el cambio climático sin embargo, adelantar acciones coordinadas, con carácter de urgencia, sistematizadas, vinculantes, entre los países y sus distintos entes públicos y privados, siempre es una tarea muy cuesta arriba y toma décadas, con el costo medioambiental y humano que eso conlleva.
La muerte de millones de niños cada año por diarreas y deshidratación, el ingreso hospitalario de miles de personas, desde Japón a Francia, por intensas olas de calor, el crecimiento de la incidencia del dengue en las Américas, donde se registraron 2,8 millones de casos sospechosos y confirmados y 1250 muertes, solo en el año 2019, pérdidas de cosechas que ponen en riesgo la seguridad alimentaria.
Todo lo anterior son escenarios y realidades que suceden a diario y cientos de miles de seres humanos son víctimas. Sin embargo, la alarma, la urgencia, ni el miedo son las reacciones que se observan entre quienes tienen la capacidad y la obligación de tomar medidas tendientes a tan solo mitigar el calentamiento del planeta, sin mencionar la posibilidad de que se haga realidad un cambio modelo económico.